Este tipo de desplazamientos ganaderos era ya común en el mundo antiguo, dándose con gran frecuencia en la cuenca mediterránea donde alcanzó su máximo nivel de desarrollo en la Península Ibérica. Dos factores fueron responsables de este desarrollo:
La presencia de grandes mesetas, excesivamente frías en invierno y calurosas en verano separando en unos 700 Km, las montañas del norte, de las áreas de invernada en el sur, lo que obliga a realizar desplazamientos a lo largo de grandes distancias.
La combinación de gradientes latitudinales y altitudinales de manera que pueden llevarse a cabo desplazamientos tanto de tipo norte – sur como entre zonas bajas y elevadas.
Como resultado de dichos condicionantes se desarrolló un complejo entramado territorial y social en el que las vías pecuarias constituían el principal elemento canalizador.
Cubriendo grandes áreas de la Península y jerarquizadas por categorías, las vías pecuarias constituyen la más extensa red de vías de comunicación no férreas de la Comunidad Europea con una longitud total de 125.000 Km. Las principales rutas o “Cañadas Reales” tienen unos 75 metros de anchura (90 varas castellanas).
Esta inusual anchura es debida, no tanto a la necesidad de canalizar el paso de millones de animales como al hecho de que el camino tenía que proveer suficiente pasto para el ganado durante viajes de cuatro o cinco semanas a través de la Península.
En estos viajes, el ganado y los pastores eran acompañados por animales carroñeros y predadores tales como buitres y lobos. Una interesante flora de plantas herbáceas se fue desarrollando en el seno de las cañadas, actuando como soportes de biodiversidad entre hábitats separados geográficamente.
Aún se conserva prácticamente toda la red primaria de vías pecuarias y buena parte de la secundaria.