Cuatro baladas amarillas

A Claudio Guillén

I

En lo alto de aquel monte

hay un arbolito verde.

Pastor que vas,

pastor que vienes.

Olivares soñolientos

bajan al llano caliente.

Pastor que vas,

pastor que vienes.

Ni ovejas blancas ni perro

ni cayado ni amor tienes.

Pastor que vas.

Como una sombra de oro

en el trigal te disuelves.

Pastor que vienes.

II

La tierra estaba

amarilla.

Orillo, orillo,

pastorcillo.

Ni luna blanca

ni estrellas lucían.

Orillo, orillo,

pastorcillo.

Vendimiadora morena

corta el llanto de la viña.

Orillo, orillo,

pastorcillo.

En la buena montaña

En la buena montaña:

El pastor y su aprisco,

Y dulce paz eglógiea

Tal como en un poema de Virgilio.

Confidencial montaña,

Encumbrada de amor con el sencillo

Cántico del zagal, con el doliente

Llorar de la zanspoña al infinito.

Mientras puntuaba la frugal pradera

En alegre balar todo el disperso aprisco.

El múltiple rebaño ya no existe;

El pastor ha partido;

Y en la desolación de la montaña.

En el hondo silencio del cortijo.

En la angustiosa lobreguez del valle.

Tiende la ausencia su crespón de olvido.

Canciones y Poemas, Mario Bravo, 1918

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